martes, 11 de enero de 2011

PUÑO Y LETRA


Me solicitaron que escribiera yo mismo una especie de nota para la revista, entonces pensé: “¿qué puedo escribir? ¿explicar el origen de la imágenes? ¿explicar el significado que les otorgo? ¿mis intenciones al pintar? ¿para quién pinto? ¿con qué estilo me siento identificado? ¿las influencias?”

Vayamos por partes:

El origen de las imágenes no es uno solo, pueden ser otras pinturas, una novela, cuento o poesía, un video, una circunstancia, una película, una mancha en el piso, un pensamiento, una vivencia, internet, un sueño, una mirada, o muchas cosas más. Cualquiera de estas fuentes pueden producir en mí algo así como un flash mental: la pintura aparece casi lista en mi mente, a veces completa y a veces por partes.

Luego viene el verdadero trabajo: darle un sentido y una organización efectiva, eliminar lo que sobra, poner lo que falta, pensar qué significa lo que está puesto y cómo dicho significado cambia si coloco otra cosa, y así. Casi siempre construyo mentalmente el cuadro y hago pruebas, “experimentos”. Eso significa dibujos y más dibujos, consultar libros, a veces collages en papel, Photoshop o Illustrator, calcar, escanear, ampliar, reducir, subir, bajar, probar, hasta que todo parezca estar ajustado y en su justo lugar. Nunca improviso nada, todo está donde debe estar. Improvisar sirve para divertirse, pero para mí pintar no es ninguna diversión, es un trabajo que me tomo con una seriedad despótica.

Con respecto al significado, yo les encuentro uno o varios, pero me los reservo porque pienso que la imagen es más ambigua que la palabra. Ése es su poder y su miseria: no puede afirmar una verdad o falsedad, no tiene nada que ver con afirmar o negar nada, ni demostrar tal o cual idea. La imagen muestra, no demuestra. Por lo tanto, dejo mis pinturas simplemente presentes y que cada uno invente su propia historia. Es sorprendente cómo el público a menudo encuentra sentidos que no estaban planeados y así construye su propio cuadro.

Así entramos en el tema del público y si pinto para alguien o no. La respuesta es NO. No pinto “para” nadie, ni siquiera para mí. No hay un “para”, una intención que una la actividad con una persona en particular. Cuando pinto, lo que menos tengo en cuenta es un público.

Pinto por dos razones: porque únicamente cuando pinto estoy vivo (el resto del tiempo vivo como una especie de zombie) y para sacarme las pinturas de encima, para que dejen de aparecer una y otra vez. En ese sentido, pintar es una especie de exorcismo que permite decir adiós a algunos fantasmas que van quedando en el camino. Pintar es buscar la redención.

En cuanto al estilo, no estoy tan seguro de tener uno, quizás lo tenga pero no sé cuál es. Por ejemplo, mucha gente piensa que mis pinturas son “surrealistas” (en realidad es un mero cliché que permite designar cualquier pavada que parezca no respetar las “leyes” del supuesto mundo material de tres dimensiones perceptuales). No tengo nada que ver con el surrealismo, no tengo nada que ver con el “automatismo psíquico puro”, no creo que el inconsciente por sí mismo garantice la validez estética de una obra.

Influencias tengo millones, pero desde hace años me conmocionan los primitivos flamencos y los manuscritos iluminados, porque en ellos encuentro una construcción de la forma ajena al impulso momentáneo, pasajero, una construcción más objetiva e impersonal. Lo cual no quita que me apasionen Correggio o Macció.

Al respecto, debo mencionar que odio firmar los cuadros y siempre lo hago con una letra lo más fría posible y en un color apenas perceptible. Porque una vez que uno hace una pintura ya no pertenece a nadie y su valor, en realidad, no reside en quién la haya hecho –eso es un problema de mercado, historia o ego–. Una vez hecha, el valor de una pintura reside en qué nos despierta, qué nos hace ver, de qué nos hace darnos cuenta, si transforma y cómo nuestra visión del mundo.

Resumiendo: la verdad es que pinto porque soy adicto a los colores, mi droga preferida; pinto para ser feliz aunque sea unas horas; pinto para escapar del tiempo y el espacio, pinto para defenderme de la muerte; pinto para buscar la redención.

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